La habana: museo a cielo abierto

La habana: museo a cielo abierto

Caminas por La habana y tienes la sensación de viajar en el tiempo. Primero porque los carruajes a caballo no son meras atracciones turísticas sino que en verdad siguen transportando gente de un lugar a otro y segundo porque sus fachadas deshilachadas parecen monumentos que narran historias con sólo mirarlos.

Cuando afirmamos que visitar la capital de la isla más importante de El Caribe es lo más parecido a un museo, lo hacemos porque al entrar en este tipo de edificaciones nuestra mirada cambia inmediatamente, va en búsqueda de esas imágenes que las paredes muestran y aunque suene extraño sentimos una nostalgia, un anhelo de regresar en el tiempo y caminar con una sombrilla como la mujer del cuadro o tumbarnos en la grama con una pipa mientras esperamos un nuevo atardecer. En los museos hay las más variadas escenas, con distintas paletas de colores y ese es el mayor parecido entre La habana y cualquier museo que conozca.

Nada más llegas y tomas la avenida que conecta al aeropuerto internacional José Martí con el resto de la ciudad te sorprenden los matices en fachadas y la arquitectura de sus casas y edificios.  Aún recuerdo las altas palmeras dándome la bienvenida y las ventanas cerradas, algunas abiertas de casitas humildes que compartían ubicación con otras inmensas, de cúpulas y jardines frondosos.

En La habana hay huellas europeas en cada esquina. Su arquitectura conserva vivamente el pasado español y francés, así como la influencia imborrable de la mano estadounidense. Por ejemplo, si caminas por Habana vieja construcciones como la Catedral te trasladarán al estilo Barroco, con orígenes en la Italia del siglo XVII y extendido por gran parte de Europa. La plazoleta externa que la rodea resalta por sus muros de piedra totalmente conservados, más una iluminación cálida, responsable de noches llenas de magia y música dispuesta en cafés y bares a sus alrededores.

Hacia zonas más nuevas como El vedado resaltan edificios correspondientes a los estilos Art Nouveau y Decó, con casonas amplias, de varios estacionamientos y jardines abiertos a la mirada de viajeros curiosos.

Otro detalle que recuerdo de mi viaje son los restaurantes, locales tal set de películas con manteles a cuadros de colores, bordados a encaje y hasta malteadas pintadas en las paredes, como si se tratara de una escena de Grease. Llegas a un punto en que te sentirás ‘fuera de ambiente’ ante ese despilfarro de decorados pulcros y adecuados a las más variadas épocas.

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En La habana es posible comerte la más fresca langosta en un bar con un árbol sembrado en el medio, así como también puedes comer una pizza en una barra de cerámicas azules, parecidas a un hospital psiquiátrico.

Pero, es el Malecón el icono por excelencia y el lugar privilegiado por sus olas siempre agitadas y su muralla que, en otrora, sirvió de protección frente a corsarios y piratas. Es en esta construcción de seis carriles y más de ocho kilómetros de largo en donde se dan citas locales y foráneos a respirar viento caribeño y recordar la historia.

Pasar un día entero en el malecón es uno de los deberes de cualquier viajero, porque escenas cotidianas como jóvenes fumando y tomando sol o mujeres santeras haciendo rituales entre las piedras que se dejan bañar por el mar pueden llegarse a convertir en verdaderas obras de arte, una vez son capturadas por una cámara.

Para cerrar mi lista, pienso en esos niños riendo en los parques públicos o en las mujeres echándose cuentos de un balcón a otro, con el habano en la mano. Es la gente de La habana la más genuina que he visto en mis años recorriendo América y es también la protagonista en ese museo que mis ojos insisten en recordar como el más diverso y vivo de nuestra región.

Es común ver en la ciudad cubana a mujeres bailando a mitad de calle, niños descalzos robándole la pelota a sus compañeros de juerga y las abuelas, ellas son toda una institución en La habana, con sus botellas vacías y flores en las manos, con sus pañuelos en los cabellos y su picardía siempre dispuesta a hacerte quedar en una esquina, bar o living de alguna casa particular para hablarte de la Cuba de antaño, la que nosotros desconocemos y juzgamos como único presente de la isla.

Sin dudas, viajar a Cuba y visitar La habana es entrar a un tiempo al que, muchas veces, deseamos volver, con la nostalgia viva de la infancia y las ganas de que el tiempo nos alcance para recorrerla a plenitud y ser parte del presente, la historia y el optimismo del habanero, indestructible pese a cualquier tormenta.

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